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viernes, 18 de febrero de 2011

DISCURSEANDO: No vengo a decir un discurso

Agustín Squella
Viernes 18 de Febrero de 2011 EMOL
No vengo a decir un discurso

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Gabriel García Márquez ha confesado en reiteradas ocasiones que considera los discursos como "el más terrorífico de los compromisos humanos". Recuerdo que cuando se lo invitó a clausurar las Conferencias Presidenciales de Humanidades que diferentes escritores dieron en La Moneda durante el gobierno de Lagos -desde Vargas Llosa a Saramago, desde Claudio Magris a Carlos Fuentes, por mencionar sólo a algunos-, el narrador colombiano evitó responder, y todo lo más que pudo conseguirse, después de mucho insistir, fue el compromiso de que leyera un cuento suyo, para recibir luego preguntas del público, algo que tampoco se concretó.

Los contados discursos que García Márquez ha hecho, todos muy breves, caben hoy en el esmirriado y colorido volumen publicado con el título "Yo no vengo a decir un discurso", tomado de una frase del primero que pronunció el escritor, el 17 de noviembre de 1944, al despedir a una generación de estudiantes del Liceo Nacional de Zipaquirá, con quienes había formado una organización cuyo nombre infundiría horror a los estudiantes de nuestros días: "Academia del deber".

Conocidas son las incursiones de García Márquez en el cine, aunque poco se sabe de su debut en los estudios cinematográficos. En un discurso de 1986, al instalar la sede de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, el escritor cuenta que ese debut ocurrió en Roma, a inicios de la década de los 50, cuando fue escogido como tercer asistente del director de "Lástima que sea una canalla", protagonizada por Sophia Loren, a quien nunca vio durante la filmación, puesto que su trabajo consistió en sostener una cuerda, bien lejos de donde se rodaban las escenas, para evitar que pasaran los curiosos.

Otros discursos del novelista aluden al parecido entre científicos y poetas, "pues la interrogación de ambos es la misma sobre un mismo abismo"; a la cultura como "aprovechamiento social de la inteligencia humana"; a la reconciliación entre "el raciocinio y la imaginación"; a la búsqueda de un tipo de sociedad en la que pueda existir "el sufrimiento, mas no la injusticia"; a la liberación del pensamiento "para que nadie sea gobernado por nadie más que por su propia cabeza"; a América Latina como "primer productor mundial de la imaginación"; al hecho de que todos "nacemos sospechosos y morimos culpables"; a la noche en que a las 3 de la madrugada, por un error de cálculo en los husos horarios, llamó desde Europa al Presidente Belisario Betancur, quien le dijo al otro lado de la línea que no se preocupara porque "en este empleo tan complicado que tengo no queda otra hora para leer poesía", establecido -además- que "Betancur no fue en realidad un gobernante que amaba la poesía, sino un poeta a quien el destino le impuso la penitencia del poder"; al periodismo como "cátedra ambulante" antes que como carrera universitaria; al endecasílabo perfecto escrito con letras urgentes en la vitrina de un almacén en el que Manuel Arango encontró la hebra de su poesía, y que decía "Realización total de la existencia"; a la formidable definición política de su abuelo como "liberal de hueso colorado"; al pacto de no hablar en público el uno del otro que hizo con Álvaro Mutis y que éste violó al proclamar a los cuatro vientos que no le gustó el peluquero que García Márquez le había recomendado; a la lección que aprendió de Rulfo no sólo para escribir de otro modo, "sino para tener siempre listo un cuento distinto para no contar el que estoy escribiendo"; y a la vez en que Mutis recitó en un bar de Barcelona un poema "con la voz y el desaliento de Pablo Neruda y alguien que había escuchado a Neruda en persona le pidió un autógrafo creyendo que era él".

La lectura de este libro leve podría combinarse este verano con la tenaz biografía de García Márquez, escrita por Gerald Martin.


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Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
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