Wikileaks o la relatividad de la verdad
A últimas fechas, se ha producido un escándalo de considerables dimensiones respecto a Wikileaks, la organización presuntamente anónima que publica secretos gubernamentales… sí, secretos, y de los gordos.
Comunicaciones diplomáticas, acuerdos comerciales poco transparentes, transgresiones a los derechos humanos avaladas por distintos gobiernos, acuerdos discrecionales, perjurios flagrantes y otros actos que, en un contexto amplio, podrían calificarse de terroristas. Tal vez uso mal la palabra, pero no es mi culpa: Su significado ha servido a muchos amos y, por lo tanto, sus metamorfosis semánticas son difíciles de seguir.
Y todo esto orquestado por gobiernos que actúan a espaldas de sus representados (de sus clientes, para usar un término más moderno). Si la población es la que gobierna en un estado democrático, los gobernantes cometen traición al delinquir en su nombre. En México, es una de las pocas cosas que se castigan con la pena de muerte. Me refiero a la traición a la patria aunque, nuevamente, su definición es tan amplia y tan ambigua que ha quedado sólo como un recuerdo de tiempos más violentos, cuya aplicación es discrecional y tan anacrónica como los fusilamientos por abigeato.
La cabeza visible (el rostro) de Wikileaks es Julian Assange, un periodista australiano que ahora, misteriosamente, se encuentra acusado de delitos sexuales, debido a los cuales ha sido perseguido ferozmente por dos potencias mundiales, encarcelado y después puesto en libertad con una fianza exorbitantemente alta, desproporcionada, irracional. Si cometió o no tales delitos no es de mi incumbencia, y me parece muy bien que se le castigue en caso de ser culpable, pero… ¿No es curioso que el "timing" de las acusaciones se ajuste tan bien a la agenda de Wikileaks, a la necesidad de las potencias de taparle la boca a este "agitador", a este enemigo de la paz (del status quo)?
Curioso es también que empresas como Amazon, Visa y Mastercard, además de PayPal, hayan sido obligadas a cancelar las operaciones financieras que le permitían seguir funcionando a Wikileaks. O tal vez no fueron "obligadas" sino que en un curioso giro de los acontecimientos y con la ayuda de la casualidad decidieron simultáneamente congelar las operaciones que mantenían esta organización en funcionamiento.
Todo parece salido de una novela de espionaje… y una muy buena, dada su semejanza con la realidad.
Si la política internacional está tan llena de suciedad, creo que debería haber algunos otros presos, además de Assange… pero nadie va a poner tras las rejas a un diplomático, al presidente de un país poderoso o al respetado directivo de una corporación bancaria internacional por culpa de unos cuantos documentos que la gente común y corriente no debía haber visto jamás, ¿verdad?
Los gobiernos actúan a espaldas de sus gobernados por el bien de estos, para protegerlos de tener que tomar decisiones difíciles, para no perturbar el sueño de los buenos ciudadanos, para asumir las terribles consecuencias en pro de sus respectivas naciones, de las buenas relaciones con otros países.
Nos protegen, nos cuidan. No desean que nos enteremos de las cosas malas que suceden entre "mamá" y "papá". Somos niños, o al menos nos tratan como si lo fuésemos. Y tal vez hacen bien… ¿Qué haríamos los ciudadanos promedio con un poder de tal magnitud en nuestras manos? ¿Dormiríamos bien por las noches si supiésemos que la ley sólo se aplica a los débiles? ¿Tendríamos la sangre fría para asesinar, engañar, iniciar guerras bajo premisas falsas y vender el futuro de nuestros pueblos al mejor postor?
Pero los ciudadanos comunes y corrientes son los que mueren en las batallas, los que pagan las balas y las bombas con sus impuestos, los que sufren las crisis económicas y pierden sus empleos, sus hogares, su dignidad.
Tal vez Assange y sus correligionarios sean unos mentirosos. Tal vez los gobiernos sean tan buenos como la Madre Teresa de Calcuta, pero aún haciendo un monumental esfuerzo para librarme de la paranoia, no puedo verlo así. Que los gobiernos busquen la mansedumbre de sus súbditos haciéndoles creer que luchan para que prevalezca el bien mientras tras bambalinas roban, extorsionan, torturan y engañan me parece algo malo.
La vida nos enseña (duramente) que las cosas no son blancas y negras, que lo moralmente aceptable es un punto en el espectro del claroscuro que va de la verdad a la mentira, de lo bueno a lo malo, de lo legal a lo francamente criminal. La noción sofista de que el fin justifica los medios parece (si Wikileaks es digno de crédito) estar viviendo un segundo renacimiento y lo maquiavélico, aunque despreciable, vuelve a estar vigente. O tal vez nunca murió sino que estuvo oculto, actuando siempre tras bambalinas.
Estoy seguro de que mi limitada experiencia me impide ver el cuadro global, el panorama completo, pero soy mexicano, y los mexicanos somos expertos en traición porque todos (o casi todos) nuestros gobernantes nos han traicionado para enriquecerse, para mejorar su imagen o para ganar poder. Y juzgando las cosa desde mi obtuso, pobre e ignorante punto de vista, las naciones poderosas se están coludiendo para hundir a Assange y el público ha respondido furiosamente, dispuesto a transformarlo en un mártir, en un ejemplo a seguir.
Pero a los mártires se les levantan monumentos, se escriben libros sobre ellos y se les olvida. Y como el oficio de mártir es pesado, pocos persisten en el empeño pues resulta complicado dirigir batallas desde la tumba.
¿Quién ganará? No lo sé pero, por experiencia, creo que la verdad y la transparencia no alzarán su brazo triunfal. Pocas veces lo han hecho en el transcurso de la historia y tal vez son monstruos más terribles que el tibio y dulce engaño a que nos tienen acostumbrados la venda y la mordaza.
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Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
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